
Javier Garriga
El título de la obra es ya una apretada síntesis de lo que
podemos encontrar en sus páginas: la crítica
teórica tiene lugar
(está siempre ubicada
espacio-temporalmente) y, como tal crítica, tiene un lugar específico
(que es a la vez perspectiva, tradición y conflicto). La complejidad de esta
doble tesis, en absoluto trivial aun si solo se toma en cuenta la persistente
disputa (de familia) entre contextualistas y universalistas morales, es
enfrentada en este nuevo trabajo de Romero con mayor solidez y productividad
que en su primera obra de referencia sobre la materia1. Puede decirse que, desde entonces,
el autor no ha dejado de ver en la hermenéutica «una tradición teórica que,
además de la hegeliano-marxista, ha pretendido asumir con radicalidad la
historicidad y el carácter situado de la actividad teórica»2. Ahora, la pertinencia que la autorreflexión hermenéutica va a
tener para la crítica se pone en marcha dando cumplimiento a la línea de fuga
más fecunda que dejó abierta en aquel otro texto y que probablemente constituye
lo mejor de este libro: el modo como Romero se apropia del pensamiento de
Benjamin. Para llegar ahí, sugiero una lectura que, por su carácter asimismo
dual, servirá al propósito de reseñar una obra que ya es considerablemente
pedagógica.