
Hasta 1978 "orientalista" y "orientalismo" eran adjetivos
si no neutros, al menos descriptivos de una especialidad académica: el
"estudio de la cultura y las costumbres de los pueblos orientales",
como dice el Diccionario de la Lengua Española. Pero ese año, el intelectual
palestino Edward W. Said (1935-2003), un humanista conocido hasta entonces por
sus trabajos como crítico y teórico literario, publicó su libro "Orientalismo", en el que
denunció que había una conexión de esos estudios con el imperialismo británico
y francés, y luego con el estadounidense.
El Oriente exótico, incivilizado, ingobernable, misterioso,
incluso romántico, al que Europa debía llevar el progreso y hasta restaurar en
su antigua grandeza, era una fabricación de los "conquistadores,
administradores, académicos, viajeros, artistas, novelistas y poetas británicos
y franceses". "Orientalismo"
fue "una primera formulación sistemática de la crítica de Said a la
máquina semiótica universitaria euroamericana", explica Sergio
Villalobos-Ruminott, profesor de español y Estudios Latinoamericanos de la
Universidad de Michigan, Estados Unidos. "En dicha crítica no solo se
muestra la relación entre la producción universitaria de saberes sobre el
'otro' y el imperialismo, sino que se interroga a la literatura, a la
lingüística, a la antropología y a las ciencias humanas en general, por su
complicidad en la producción de una imagen estereotipada del Oriente". De
ahí que Said eligiera como epígrafe de su estudio unas palabras de Marx
referidas al campesinado francés: "No
pueden representarse a sí mismos, deben ser representados". Palabras a
las que se pueden agregar las de Napoleón cuando entró a Egipto: "Nosotros somos los verdaderos
musulmanes".