
Este libro de Alberto Vergara, basado en su
tesis doctoral en ciencia política por la Universidad de Montreal, abarca
sesenta años de historia política comparada en dos contextos peculiarmente
inestables: Perú y Bolivia durante la segunda mitad del siglo veinte. La
pregunta principal gira en torno a los mecanismos que causan la presencia o
ausencia de un “clivaje político territorial entre centro y periferia”; es
decir, de “una división política sostenida en el tiempo en la que
colectividades de individuos se oponen a partir de consideraciones
territoriales”, que “guían la acción política de los actores y se materializan
en instituciones” (Vergara 2012:23). Específicamente, Vergara se centra en la
trayectoria de las relaciones entre los Estados centrales peruano y boliviano y
las élites políticas de las que considera sus principales regiones: en el Perú,
el Sur Andino, en especial los departamentos de Cuzco, Arequipa y Puno; en
Bolivia, el Oriente, en particular el departamento y la ciudad de Santa Cruz,
pero también en determinadas circunstancias otros departamentos de la llamada
“Media Luna”. El argumento es que una trayectoria inversa caracterizó la
política peruana y la boliviana a partir de 1950. En Bolivia, es posible
rastrear hasta la Revolución Nacional de 1952 los orígenes de la activación
efectiva de un clivaje de este tipo, antes inexistente, mientras que, en Perú,
a lo largo del período, se debilitaron las élites periféricas surandinas hasta
el punto de volverse incapaces de aprovechar políticamente las estructuras,
coyunturas, y herencias políticas regionalistas que existían para desafiar al
poder central.