Demian Paredes / Desde la antigua leyenda de Gilgamesh, hasta
la reciente serie Wayward Pines (con sus atmósferas-homenaje
davidlyncheanos), la muerte –con su
infinidad de avatares, y en particular el deseo de poder superarla, evitarla,
trascenderla, y alcanzar así alguna clase de “vida eterna” o “futura”– es
tema-protagonista de muchas historias, en una infinidad de obras de arte (solo
para quedarnos en el campo literario, y no hacer un largo listado de películas
de todo tipo y color, recordemos, apenas, entre los clásicos, a Goethe, a
Giacomo Leopardi, con su
Diálogo
entre la Moda y la Muerte, y a José Saramago, con
Las intermitencias de la muerte). Y es esta una dimensión que
también explora, y no por primera vez, el escritor norteamericano Don DeLillo,
en su última novela,
Cero K.
Nuevamente –y con lejanos orígenes en la clásica trilogía
“distópica” que conforman las novelas Nosotros,
de Zamiatin, Un mundo feliz, de
Huxley, y 1984, de Orwell–,
DeLillo persigue los ocultos movimientos de distintos personajes, y los propios
móviles, también generalmente indescifrables o insondables en último término.
La tecno-ficción de DeLillo, aun la ambientada en el siglo XXI, se hace eco –de
algún modo, cuando no explícitamente– de aquellas novelas “que vienen del frío”
(de espionaje, policiales), del “equilibrio de terror” establecido entre la
URSS y EE.UU. en el mundo de la posguerra.