Felipe Kong Aranguiz |
1. Partimos de la convicción
de que cada actividad humana produce su propio pensamiento, esencialmente antes de
que una teoría venga a tomarla como objeto. La confección de un vestido, la
limpieza de una calle, la preparación de una comida o la vigilancia de un lugar
no sólo exigen que las inteligencias se pongan en juego para realizar un fin,
sino que además van dejando un resto de pensamiento en este proceso que puede
(tanto como no puede) acumularse y enriquecerse con el tiempo. Cuando una
actividad llega al punto de verse rodeada por este pensamiento que emerge de sí
se habla de que se ha convertido en un “arte”: el arte de cocinar, el arte de
amar, el arte de jardinear. Esto, independientemente de lo que consideramos
culturalmente como “las artes”, que tienen una historia especial, una posición
que las distingue del resto de las actividades en tanto forman parte de una
institución o un canon.
La danza es un arte, en estos dos sentidos. Pero nos
interesa más el primero que hemos dado: la danza como actividad que se piensa a
sí misma. Ahora bien, ¿puede decirse propiamente que la danza es una actividad?
¿Qué se hace cuando se baila? Pareciera que nos mantenemos en un plano de puro
movimiento, previo a la acción que tiene un fin, o al menos un sentido.