
Reinaldo Spitaletta |
Un café de barrio, donde en un tiempo se reunían poetas, aspirantes a
escritor, bohemios y otra suerte de vagos y angustiados existenciales, se
convierte en una marroquinería. Las ciudades cambian, a veces borran toda
huella de pasado, a veces son refugio de fantasmas y recuerdos nebulosos. Pero
en medio de las transformaciones urbanas, permanecen algunas memorias, que
luchan por sobrevivir ante el torrente de novedades, ante un presente que
parece nuevo, pero, que en muchos casos, es la expresión del Eterno Retorno. La mayoría de
habitués
del parisino café
Le Condé eran
jóvenes entre los diecinueve y veinticinco años, aunque había uno que otro
veterano. Una logia disímil, unida por mesas y conversaciones, por el hambre de
ser alguien, por las ganas de compartir una copa.