
El autor trata de responder en el texto a la siguiente
cuestión: dadas las contradicciones y desafíos actuales del capitalismo, ¿se
adentra este sistema económico en una “espiral degenerativa”?. La pregunta se
fundamenta en varias evidencias. En primer lugar, la relación “harto
problemática” entre el crecimiento económico y tanto los niveles de consumo
como las tasas de ganancia empresariales. Además, se produce hoy una “crisis de
legitimidad” a escala global. “Al sistema económico -subraya Piqueras- cada vez
le cuesta más desarrollar las fuerzas productivas y generar riqueza colectiva,
por eso el capitalismo tiende a manifestarse cada vez más como un régimen de
desposesión o saqueo”. Tampoco el escuálido crecimiento económico mundial,
basado en el endeudamiento especulativo, cuenta con una “contrapartida
energética”. En “El largo siglo XX”
(Akal), Giovanni Arrighi señalaba otro argumento de peso: cada vez que el
capital financiero se impone al productivo y mercantil en el reparto de la
plusvalía, implica que un modelo económico entra en decadencia. Ante el actual
“atolladero”, Andrés Piqueras vaticina un auge de la guerra como “elemento de
regulación capitalista” en el orden internacional y un incremento de la “necropolítica”.
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Foto: Andrés Piqueras |
La primacía de los movimientos especulativos en el “casino
mundial” corre en paralelo al declive de la inversión productiva, y dan cuenta
de la fase “degenerativa” en la que se halla el sistema. Según la Banca de
Basilea, el “capital ficticio” que circulaba a escala global en el año 2010 era
de 650 billones de dólares, una cifra muy superior al PIB mundial, que se
situaba entre los 75 y 80 billones de dólares. Sin embargo, algunos analistas
elevan la cifra de “Capital ficticio”, a partir de seguimiento de fuentes
cercanas a Wall Street, a 1.000-1.200 billones de dólares. A partir del año
2006 la Reserva Federal de Estados Unidos deja de dar cuenta del dinero total
que fabrica. Además, según el Observatorio Internacional de la Crisis (OIC), el
stock de capital (activos fijos utilizados en la producción de bienes y
servicios) de Japón entre 1965 y 1969 era de 12,5, mientras que en el primer
lustro del siglo XXI se situaba en 2,4 (las cifras se refieren al sector no
residencial). Prácticamente en el mismo periodo (1960-1969), el stock de
capital pasó en Estados Unidos del 4,5 al 2,1.
El estado “senil” del capitalismo se manifiesta asimismo en
la tasa de innovación tecnológica, actualmente la más baja desde 1945. Los
efectos de la mengua inversora se traducen en una reducción de la productividad
laboral. En los años 60 la productividad del trabajo era de 8,6 en Japón,
mientras que en el periodo 2001-2005 pasó a 1,9; En Alemania se redujo durante
el mismo tiempo de 4,2 a 0,9; y en la zona euro de 5,1 a 0,8.
El autor de “Capitalismo
mutante”, “La opción reformista: entre el despotismo y la revolución” y “El
colapso de la globalización” sostiene que las economías centrales del
capitalismo no experimentan un crecimiento económico real “más allá de la
propaganda”, y si a escala global se produce un escaso incremento del PIB éste
se debe a los países “emergentes”. Así, el crecimiento del PIB global ha
evolucionado del 3,5% en los años 60 al 2,5% (década de los 70), 1,4% en los
años 80, 1,1% en la década de los 90 y actualmente es casi nulo. “Se ha
producido un frenazo enorme”, resume Piqueras. La “espiral degenerativa” en la
que ha entrado el sistema puede apreciarse asimismo en la tasa de beneficios
empresariales, que entró en franco declive en las últimas décadas. En los años
50-60 del siglo XX la tasa de ganancia empresarial se situaba, en las economías
capitalistas más avanzadas, en el 10%; en la década de los 70-80 pasó al 5%, en
los 90 al 3,6% y en el periodo 2000-2002 al 1,32% (el último dato corresponde a
las 500 empresas más importantes según la revista Fortune).
El modelo tiene su correlato en el mundo del Trabajo. El
sociólogo considera que en la fase “degeneratival” del capitalismo tiene lugar
una “nueva dimensión” de las relaciones laborales, en que se prioriza el
autodisciplinamiento y la “empleabilidad” (se sustituye el “derecho al trabajo”
por la gestión individual de la superviviencia). A este modelo corresponden
todo tipo de fórmulas de sobre-explotación laboral, autoexplotación, trabajadores
“autónomos”, “free-lance” y “por cuenta propia”. Se trata de una “fase
orgiástica de la explotación”, en palabras de Andrés Piqueras, que tiene como
primera consecuencia “un gran desaprovechamiento de seres humanos, a los que se
considera sobrantes”.
Pero este despilfarro de lo que el sistema denomina “capital
humano” es compatible, en la actualidad, con “islas” de muy elevado desarrollo
tecnológico y trabajadores ultraespecializados. ¿Ha perdido valor la fuerza de
trabajo durante las últimas décadas, por ejemplo en España? Según el OIC, menos
del 50% de la distribución de la riqueza en el estado español corresponde
actualmente a salarios, cuando en 1975 (tras 40 años de dictadura) era del 58%
(con una población activa mucho menor que la actual).
La segunda parte del libro está dedicado a tratar posibles
“alternativas” al capitalismo en fase degenerativa, y a la discusión con
autores como Negri (también con los filósofos Foucault y Deleuze) y el concepto
de “multitud”. El texto parte de la constatación de una evidencia: “la
generalización de la precariedad conduce a una profundización del
disciplinamiento de las poblaciones, que tienden más y más a quedar en sumisión
y permanente disponibilidad para el capital”. A esta realidad se agrega la
“dilución” del sujeto obrero, fragmentado en una diversidad de actores y
categorías laborales. Se quiera o no, el mundo del Trabajo es muy diferente hoy
al de la fábrica fordista, lo que condiciona la manera en que se organizan los
movimientos sociales: “arcoiris”, rizomas, redes, páginas web… “Son formas de
organización blandas, flexibles y difícilmente controlables, aunque en
contrapartida muy vulnerables a la manipulación y fácilmente desarticulables”.
En resumen, los “individuos” se juntan coyunturalmente para intervenir en
campos específicos de lo social, se trata de formas “líquidas” de resistencia.
El “biocapitalismo” actual, que explota toda la vida humana,
requiere individuos disponibles y adaptables durante 24 horas, para el empleo y
más allá de éste. Pero ésta es una dinámica que a la vez genera oportunidades.
Según Andrés Piqueras, “los propios individuos se ven forzados a hacer en
común, es decir, a dejar de ser tan individuales; también surge la necesidad
(tras la dejación del estado) de encontrar vías y mecanismos de cooperación
para garantizar los bienes comunes (aire, agua, tierra, energía…)”.
A medida que se quiebran los mecanismos de integración
social (y política), así como los “mínimos” de seguridad para la población,
tienen más posibilidades las opciones rupturistas e incluso insurreccionales.
Son las vías por las que optó el proletariado de la primera revolución
industrial, cundo encontró obturados estos mecanismos de integración y
participación. Hoy, “a partir de los escombros del Estado Social”, la economía
de los Comunes plantea compartir recursos, la cooperación entre los individuos
y garantizar el sostenimiento de la vida, justo cuando, sostiene el autor de “Capitalismo mutante”, “se están
reeditando las formas más violentas y mafiosas de acumulación primitiva”.
Cooperativas, grupos de autogestión, ayuda mutua, anarquistas y comunales
fueron las fórmulas de organización y lucha del primer proletariado.
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