
Pasolini asistió consciente a la destrucción de un mundo. Un
verdadero genocidio cultural, uno perpetrado por la sociedad industrial sobre
todas las demás, pero también sobre ella misma o, mejor dicho, sobre aquellos
restos de sociedad pre-industrial que aun quedaban en su seno.
El occidente industrial se ha acercado a estas otras sociedades como un mal padre blanco, viril, burgués, producto de una mezcla entre racismo, clasismo y machismo; que pudo llegar tanto desde los viejos imperios coloniales, como de la Unión Soviética u otros aprendices de visitante del “Tercer Mundo” –como él mismo les llama– como China.
El occidente industrial se ha acercado a estas otras sociedades como un mal padre blanco, viril, burgués, producto de una mezcla entre racismo, clasismo y machismo; que pudo llegar tanto desde los viejos imperios coloniales, como de la Unión Soviética u otros aprendices de visitante del “Tercer Mundo” –como él mismo les llama– como China.
El cineasta italiano cita en su artículo “¿Qué Hacemos con el Buen Salvaje?” el terrible caso de la sociedad Dinka del Sudan, borrados sobre la faz de la tierra ante la indiferencia occidental. Los hombres y mujeres dinka, como tantos otros pueblos “salvajes” conocieron una felicidad que nada tenía que ver con el dinero, vivían en comunidad, profesaban una religión animista y ni siquiera sentían la necesidad de cubrir sus cuerpos con ropa. Y, sobretodo, eran felices. Ciertamente, no se trata aquí –y Pasolini lo remarca– de idealizar la vida en sociedades como la dinka, pero es cierto que esta felicidad que rechazaba las maravillas de nuestra era industrial ponía precisamente en jaque a ésta última. Así que el padre blanco, burgués, viril, industrial y monoteísta decidió que había que acabar con ellos, por gozar de una felicidad “ininteligible”, de sociedades “inferiores”.
El genocidio cultural perpetrado por el capital industrial
no siempre es el genocidio físico, la crueldad asesina del imperialismo. Es
también, y muy especialmente, la colonización cultural. Alguien dijo – no
recuerdo quien, disculpen mi mala memoria – que una vez una sociedad es
expuesta por primera vez a la MTV, nunca jamás vuelve a ser la misma. Ya hace
mucho que se produjo el más gran genocidio cultural. Precisamente es a la
televisión a la que Pasolini no tiene reparos en acusar de ser un medio
profundamente fascista que, en palabras de él mismo, dirige la opinión pública
servilmente para obtener servilismo absoluto. Una caja en nuestro salón que esparce
el mensaje vacío que convenga, donde se exhibe el horror bajo el pretexto de la
información y hasta la concienciación. Y ahora pasemos a los deportes.
Entiendo que a toda nuestra generación, quienes hemos
crecido frente a la tele, la observación de Pasolini puede parecernos
exagerada. Suponemos que, de ser así, nos habríamos dado cuenta, nosotros que
hemos estudiado y visto mil películas sobre el Holocausto. Sin embargo no
parece que nos demos cuenta cuando los valores más salvajemente capitalistas – y
por ende, fascistas – se cuelan en nuestro salón. Quizás uno de los programas
en el cual esto se manifiesta con más claridad es MasterChef, en TVE, la televisión pública española. Los sumisos
“aspirantes”, que contestan con “¡Sí, Chef!” a todo lo que les ordenan los
empresarios hosteleros que les juzgan, son sometidos a pruebas culinarias a
contrarreloj para después ser más o menos humillados. En algunos casos –sobre todo
en la versión infantil del programa– estas humillaciones resultan hasta
dolorosas a quien las ve des del sofá. Son además muy descriptivas esas
imágenes en la que se hace formar a los concursantes uniformados en algún
enorme patio; cosa que, estando entre el jurado la nieta del fascista
Vallejo-Nágera, adquiere un sentido aun más profundo e inquietante. Pero todo
el paquete viene envuelto con esta falsa ideología del esfuerzo capitalista y
la competitividad del concurso, y lo que es peor, del inocente entretenimiento.
Sin duda la televisión es el gran medio del genocidio
cultural capitalista. Así, en esta nueva cultura, deseamos aquello que vemos en
pantalla y lo compramos con el suelo del trabajo que manda y ordena nuestra
vida, sujeta a los márgenes de beneficio de las empresas a las que reintegramos
nuestro sueldo. Como se ha dicho ya muchas veces, hemos dejado de ser personas
para pasar a ser manejables consumidores/as. A diferencia de anteriormente, o
de las sociedades que han podido mantenerse a una distancia prudencial de la
industrialización – cada vez menos -, cualquier aspecto de la vida ya sólo
adquiere sentido cuando adquiere un precio. De este modo el capitalismo ha
supuesto una uniformidad cultural nunca antes vista, especialmente en el mismo
occidente.
Pasolini cuenta que lloró lágrimas sinceras frente a un
pequeño ídolo de madera y fibras vegetales de la tribu baule de Costa de Marfil. Aquella pequeña escultura de una sociedad
campesina era también, de alguna forma, la deidad del campesinado del Lacio.
Pasolini lloró al ver arrojado un mundo entero por la borda del transatlántico
de la industrialización, en nombre del progreso de una supuesta humanidad. Por
eso mi Lady sonríe sarcásticamente ante las reivindicaciones de la “cultura
nacional” de algún rincón de occidente, esforzándose por reificar algún que
otro ítem folclórico que la misma era industrial propuso con el romanticismo,
agarrándose a un clavo ardiendo, mientras siguen diluyéndose en la ostentación
de un modo de vida plenamente capitalista, aun cuando se define como
anticapitalista, más por cuestión de nichos electorales que por otra cosa.
Espejismos que han puesto ante nuestros ojos para evitar mirarnos en los
espejos de verdad. El genocidio cultural capitalista ya se llevó a cabo, y
ahora no somos más que sus muertos vivientes deambulando por un enorme,
planetario, centro comercial. Poco importa el infantil orgullo que alguien
pueda sentir por “su tierra”.
Este mundo desaparecido del que nos habla Pasolini es el
objeto de estudio tradicional de la disciplina antropológica. Pero éste ha
quedado arruinado y soterrado bajo los estratos de carbón, acero y plástico de
la nueva era. Quizás la Antropología social y cultural sea en realidad una
Arqueología de lo social y lo cultural, quizás otra forma de llorar frente a
viejos ídolos de una vida libre de macroeconomía. Hay quien no tendrá problema
en vender este llanto a la mercadotecnia. Personalmente, me niego. Me quedo con
mis lágrima, y con las de Pasolini, para poder regar la semilla de otro nuevo
mundo que dará sepultura a éste, tan sórdido, en el que nos ha tocado vivir.
Texto citado: *Pasolini, P.P. Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas. Ed, errata naturae, 2014.
Texto citado: *Pasolini, P.P. Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas. Ed, errata naturae, 2014.