

El texto pone de manifiesto las dotes de Bookchin como
polemista.
Una nota a los lectores presenta con claridad el asunto del libro. En estos tiempos que corren (1995) cuando la explotación y la pobreza que genera el capitalismo aumentan drásticamente, no se encuentra respondiendo a ello un discurso anarquista bien trabado que ataque certeramente lo que constituye la base y fundamento de estas condiciones. ¿Qué ha ocurrido? El diagnóstico de Bookchin es que, tristemente, miles de anarquistas han abandonado “la esencia social de las ideas anarquistas, por el personalismo omnipresente yuppie y new age de esta época decadente y aburguesada.” El fervor por una “revolución social”, que caracterizaba el anarquismo, en gran parte se ha perdido. El libro tratará de analizar las distintas facetas de este arduo problema.
Una nota a los lectores presenta con claridad el asunto del libro. En estos tiempos que corren (1995) cuando la explotación y la pobreza que genera el capitalismo aumentan drásticamente, no se encuentra respondiendo a ello un discurso anarquista bien trabado que ataque certeramente lo que constituye la base y fundamento de estas condiciones. ¿Qué ha ocurrido? El diagnóstico de Bookchin es que, tristemente, miles de anarquistas han abandonado “la esencia social de las ideas anarquistas, por el personalismo omnipresente yuppie y new age de esta época decadente y aburguesada.” El fervor por una “revolución social”, que caracterizaba el anarquismo, en gran parte se ha perdido. El libro tratará de analizar las distintas facetas de este arduo problema.
La tensión entre individualismo y colectivismo o comunismo
marca la evolución del pensamiento anarquista desde sus orígenes, pero las
décadas revolucionarias de los comienzos del siglo XX apagaron la polémica
cuando las organizaciones de la clase obrera se sintieron llamadas a liderar una
transformación revolucionaria de la sociedad. El individualismo hiberna en esa
época y regresa con fuerza en la segunda mitad del siglo XX para hacer su
agosto cuando consigue enlazar, a su peculiar manera, con el feroz
individualismo que impone la ideología del mercado neoliberal.
La primera obra comentada es The Politics of Individualism , de L.S. Brown (Black Rose Books,
1993), un canto a la “autonomía” individual ajeno a la trabajosa gestación
social de la auténtica libertad, según Bookchin. Este se esfuerza en poner al
descubierto las falacias de esta autora al criticar un colectivismo
prefabricado y muestra cómo su rechazo de la democracia en aras de un consenso
que ha de prevalecer siempre sienta las bases de una dictadura de las minorías
sobre las mayorías, tal y como se deja claro con algunos ejemplos.
Pero el caso de Brown es para Bookchin sólo uno de los
muchos que señalan el predominio en el anarquismo euro-americano de tendencias
individualistas en estos momentos. Estas, con perspectivas muy diferentes, se
hayan sin embargo sólidamente unidas en la renuncia al desarrollo de
organizaciones y movimientos sociales radicales y comprometidos, sustentados en
teorías sólidas y trabajando con programas coherentes y viables.
Se cita como uno de los ejemplos más extremos de esto a
Hakim Bey y su Zona temporalmente
autónoma , libro en el que Bookchin no ve más que artificios literarios
para regocijo de niños bien en busca de nuevas experiencias. En este texto, la
lucha por la utopía de una sociedad sin explotación se resuelve en un colocón
incoherente en cuyo triste despertar todas las estructuras de dominación han de
seguir ahí inmutables. Otros casos que se describen muestran como,
curiosamente, el anarquismo personal puede tener gancho para convertirse en una
opción de consumo selecto con la que hacer buenos negocios. En eso están
algunos. Ponga unas pizcas de “anarquía” en su aburrida existencia burguesa.
Se analiza luego la oposición global a la tecnología de
autores como George Bradford, que parten del error de considerar esta solamente
tal y como es utilizada por el capitalismo, sin tener en cuenta las
posibilidades liberadoras que podría tener en otros contextos sociales. Para
Bookchin, despreciar la objetividad y el conocimiento de nuestro entorno que nos
aporta el análisis científico y renunciar a las opciones que nos ofrece es
hacer un flaco favor a los ideales de la emancipación de la humanidad. Son
estos los mismos autores que malinterpretan el pensamiento de Lewis Mumford,
quien se oponía por igual al primitivismo y a la megamáquina, y era partidario
de una “sofisticación de la tecnología en unas líneas democráticas y de escala
humana.”
Estas ideas enlazan con las de los que, como John Zerzan,
plantean una mitificación de las culturas más primitivas que llega al extremo
de considerar la ausencia de lenguaje y escritura como aspectos positivos. Para
estos autores, de una forma asombrosamente simplista y en muchos casos absurda,
la vida de cazadores y recolectores es vista como un edén del que la civilización
y la tecnología no hacen más que alejarnos. Bookchin acumula datos que ponen
abiertamente en cuestión estas tesis: escasa esperanza de vida en estas
culturas, enfermedades, estructuras sociales opresivas, guerras, etc. No se
encuentra en ellas exclusivamente la comunión mística con la naturaleza que se
ha querido ver, sino también intentos instrumentales de controlarla y violencia
más o menos ritual. Según Bookchin, estas ideas son peligrosas porque
desprecian la capacidad de progreso que la humanidad ha mostrado en ocasiones y
en la cual en estos momentos se cifra toda nuestra esperanza.
En el anarquismo personal es frecuente hallar un culto al
ego que resulta irracional y ahistórico. Cómo no analizar el deseo si
pretendemos entender esta máquina que somos. Mitificada la naturaleza y
mitificado nuestro yo más elemental, no tiene lógica plantear escenarios de
transformación y la revolución pierde su sentido al ser una simple absorción
por lo que somos incapaces de criticar. Los “caprichos estéticos autocomplacientes”
se convierten al fin en un opio adormecedor que trata de situar al individuo
fuera de la historia, cuando sólo dentro de esta es posible la emancipación.
Para el autor del libro, todo lo que se ha apuntado en este
conduce a definir el “abismo insuperable” señalado en el título entre el
anarquismo social, centrado en un proyecto racional de organización y
transformación, y el anarquismo individualista ( lifestile anarchism ),
abismado en la contemplación y satisfacción acrítica de un “yo” cuya génesis
social se renuncia a analizar, y esclavizado por ello por el mismísimo mercado
contra el que dice rebelarse. Nos queda sólo la duda de si las versiones del
anarquismo personal que se repasan en el texto son realmente las únicas
posibles o podría buscarse una compatibilidad entre los dos enfoques, el social
y el individual.
Porque poco puede objetarse a la crítica de los ejemplos de
anarquismo personal que se consideran en el libro, pero a la luz de lo mismo
que se ha expresado en él tan convincentemente, cabe hacerse una pregunta. Para
emprender ese trabajo de análisis, organización y transformación, ¿nos sirve el
ser humano tal como está, es decir, tal como lo han dejado siglos de
explotación, miseria moral, desinformación y alienación? Muchos responderán
negativamente a esto, persuadidos de que entre las labores urgentes está
también una mutación radical de la máquina deseante que somos, una higiene
rigurosa que ponga al descubierto las verdades más profundas y hermosas que es
necesario conocer: que todo lo que vive define el contorno de nuestro cuerpo,
por ejemplo, o que el deseo sólo se sacia en la felicidad del otro. Algunas tradiciones han sido capaces de desarrollar formas de
conciencia en las que el sufrimiento producido por la explotación del hombre es
percibido como un reto que puede dar sentido a la vida.
Sin renunciar al racionalismo cuya negación es la auténtica
muerte del alma, nunca estará de más tantear los caminos de la más radical y
abierta de sus versiones, la que está dispuesta, por ejemplo, a utilizar la
introspección que nos ofrecen algunas técnicas de meditación, o la que usa
música y poesía como herramientas para iluminar los laberintos del animal
simbólico que somos. Se impone la certeza de que sólo un hombre nuevo podrá
culminar la tarea que la revolución demanda.
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