
Hay un debate medular en el cual nos vamos a centrar, y es
el que se refiere al papel que juegan y pueden jugar los gobiernos, pueblos y
movimientos sociales en América Latina tanto
en los procesos de transformación
que se han vivido en la región, como en la propia geopolítica del imperialismo.
Es resaltante notar cómo la crítica al extractivismo, al concepto de desarrollo,
y la propuesta de alternativas al mismo, que pasan también por la discusión sobre
el Buen Vivir, han calado al punto de
hacerse referentes en el debate regional. En la propia Declaración de Jefes de
Estado del ALBA, en Guayaquil el 30 de julio de 2013, se hace evidente que esta
disputa ideológica ha crecido en importancia, llevando a plantear
explícitamente el rechazo a “la posición
extremista de determinados grupos que, bajo la consigna del anti-extractivismo,
se oponen sistemáticamente a la explotación de nuestros recursos naturales”
1.
No es de sorprender que el texto premiado de Atilio Borón se
inserte en esta disputa, dedicándole al menos dos capítulos (6 y 7) en su obra,
y planteando lo que considera las limitaciones del “pachamamismo”, de los críticos del neoextractivismo y de los
teóricos de las alternativas al desarrollo. Reconoce el enorme problema de los
límites del planeta y la necesidad de reformular los principios epistemológicos
de la izquierda y los sectores anticapitalistas. No obstante, en la misma
medida intenta desarmar las alternativas al desarrollo, sumergiéndolas en un
horizonte donde no se avizoran posibilidades, cerrando nuevamente el círculo
del sistema y bloqueando sus grietas básicamente con interrogantes y algunas
ambigüedades. Parece que pasamos de un callejón sin salida a otro.
La dicotomía pachamamismo
vs. extractivismo planteada por Borón, supone dos cosas: la primera, es la
construcción de un escenario en el cual toda crítica al extractivismo deviene
en pachamamismo, una suerte de sujetos fundamentalistas, obcecados, impacientes
y carentes de alternativas, que colocan sin negociación la defensa ambiental
por encima de todo, y que ponen a los gobiernos progresistas entre la espada y
la pared con sus peticiones. Esta tipificación maniquea2 apunta hacia una especie
de deslegitimación de toda vocería de estas posturas, a la vez que disuelve la
amplitud, la riqueza y la diversidad de la crítica al extractivismo; la
segunda, deviene en que la alternativa al extractivismo, su “contrapropuesta”,
es por lo tanto inviable para el presente, por lo cual esta se posterga.
Si Borón considera plausibles buena parte de las críticas de
los teóricos del neoextractivismo, y que “sus
argumentos quedan reducidos a una atractiva retórica pero desprovista de reales
capacidades de transformación social”, entonces debemos rastrear esos
límites que expone el autor que hacen que para éste, sean inviables las propuestas
de alternativas al desarrollo en la realidad. La pregunta clave sería, ¿cómo
estamos pensando esos desafíos para apuntar a una transición hacia modelos
post-extractivistas? Proponemos la discusión a partir cinco puntos resaltantes
profundamente entrelazados, problematizando los límites boronianos a los planteamientos
anti y post-extractivistas:
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